Abigail era
una mujer pura
Con el alma
de recién nacida
Con la mente
nítida
El cuerpo
casto.
Libre de
culpa,
De
remordimiento,
Era de
esencia santa
Imagen de lo
divino.
Abigail era
como cualquier otra mujer
Quien
desconoce la lujuria,
Quien de sus
manos de mal no se manchan
Quien de
pecho no padece
Quien de
carne no busca saciarse.
Esa era
Abigail
La
benevolente,
La sagrada,
La
venerable.
Abigail
poseía una reliquia
Concebida de
donde surgió,
Allá en el
cielo era acreedora
Del
artilugio divino
Una guitarra
azul celeste, de cuerdas doradas
Que
resonaba entre las nubes.
Cautivaba a
todo aquel quien la escuchara
Estremecía
los sentidos de quien pasara.
Exclamando las
notas,
Se apreciaba
su canto en todo el universo
Inclusive las
estrellas conmovidas destellaban
Y al no
soportar las turbias melodías
Decaían
fugazmente en el espacio.
Era Abigail
la diosa de la armonía
La música
del mundo.
Ella era
pura
Con el alma
de recién nacida…
Hasta que
conoció al diablo
Y desde
entonces
Hubo ruptura
de su vida
Y de sus
años.
El diablo
por otra parte, vivía en su infierno
Dedicaba su
vida a escribir de las almas por quienes pasaba
De los
tantos cuerpos que transitaba.
Bastaba
marcar su palma en un pecho
Y extraer el
ánima de los cuerpos
Que en una recamara culminaban deshechos.
Por
consiguiente en una libreta redactaba
Los nombres
de los espíritus que adueñaba.
En medio de
la escritura escuchó a lo lejos
Una hermosa
sinfonía,
Que al
analizarla, encontró que aquello provenía
Más allá de
la superficie.
Optó por
salir a la tierra,
Era por
mucho las notas más enternecidas
Que se han
escuchado.
Para cuando
alcanzó el exterior
Levantó la
vista
Y allá en el
cielo percibió lo admirable
Entre las
nubes se trazaba un halo
Y en medio
se encontraba ella. Abigail.
Quien
descendía lentamente hasta tocar el suelo
Mostrándose
a escasos centímetros del diablo.
Para cuando
se conocieron
Hubo curiosa
atracción entre ellos
Era la vida
y la muerte en un pulso que mantenían
Un deseo
latente
El bien y el
mal que no hallaban juicios
Todo era
querer
Y quererse
con la mirada
Pues tan
solo dividían estas dos almas
Otro ángel
Que convivía
amorosamente con ella.
A Abigaíl le
surgió un latido por aquel demonio
Y al diablo
perseguir un alma.
Ambos
regresaron a sus reinos.
Levitó ella
majestuosamente tocando su guitarra
Y aquel
bajó, sin despegar la vista del firmamento.
Tuvo la
noche que ver
Para que
Abigail conociera el pecado
La lascivia
La traición
Pero
sobretodo conformarse con ello.
Un sábado
por la madrugada
Cuando el
mundo y el universo dormía
Abigail
comenzó a tocar aquellas cuerdas,
Incitando
con ellas una aproximación
El diablo
apenas escuchándolas subió a la tierra
Encontrándola
etérea en telas finas.
Se avistaron
la paz y el caos que escondían ambos
Impactaron
por primera vez el agua y el fuego.
La unión más
cercana al paraíso y al averno
Es en la
colisión de dos bocas divinas.
Así se
conocieron los mundos
Y entre
ellos crearon uno nuevo
La isla, que
era bien un lecho.
Por primera
vez Abigail conocía el inframundo
Ardía en la
yema de sus dedos el contacto
Con la piel
de aquel diablo.
Sintió la
lava que transitaba en cada pliego de su carne.
El diablo
tenía por lengua una serpiente con pinchos
Que a su
paso, se clavaba en los poros de aquella santa
Y de sangre,
su piel se volvía carbón.
Entre dolor
y goce despertó en ella un alma
masoquista
Que en vez
de querer menos, quería
Y quería
mucho más.
Para
entonces, el diablo aprendió a tocar la
guitarra
Los acordes
que manipulaba eran los de ella.
Sostenía de
su nuca y jugueteaba con los dedos su vientre.
La melodía
que expiraba fueron los más dulces y los más palpitantes
Gemidos que
vibraban los sentidos
Tiritando
los órganos internos.
Ella al
repasar sobre su dermis
Al mínimo
contacto hacía de él pedazos de piedra
Con los
minutos caían a pedazos, haciendo de él, una nueva piel.
Llegó el
momento en que ella le abrió las puertas del cielo
En ese
instante conoció el edén.
El paraíso
El canto
La paz.
Para cuando
volvió a cerrarse aquella puerta
Retornaron a
la tierra.
Cumplió el
diablo su acecha
Mientras que
a Abigail se le caía el mundo a pedazos.
Le pesaba la
culpa y el remordimiento
El error y
el engaño
-¿Me hace
ser esto una mala persona?
Oración más
conocida por quien emite pecado
Y fue el
diablo quien absolvió su alma al contestarle:
-Tus
acciones no acuerdan a lo que sientes. De sentir algo por mí
Es por algo
que él a ti no te brinda.
Y le eximió
el espíritu con un beso.
Se pretendía
que el avistamiento solo duraría aquella madrugada.
Ya el diablo
reposando en el infierno
Escuchó
resonar de nuevo aquella melodía
Pero con una
frecuencia mayor.
Abigail le
llamaba, le extrañaba.
El diablo
que no debía acudir con ella,
Solo debió
ser una madrugada
Mas lo
cierto es que dentro de él
Lo que era
su corazón, un peñasco
Se tornó un
músculo
Y eran más
grandes las ansias de estar con ella.
De mirar el
claro de sus pupilas
De sentir la
guitarra de su cuerpo
De escuchar
la sinfonía de sus suspiros.
Lo que era
solamente un avistamiento
Se convirtió
en doce madrugadas más.
En un lapso,
entrañaron tanto
Que Abigail
perdió la culpa
Y el diablo
su ética y su moral.
Ella le
componía canciones,
Y así él, le
escribía tantas oraciones.
Al tiempo
que una noche
Los dos
postrados sobre la isla se miraron sinceros
Ya a ella no
le quemaba su cuerpo
Y aquel se
le veía una nueva piel
Extraviando
los guijarros con el cariño que ella le otorgaba.
Los dos se
volvían lo que nadie se imaginaba
Dos humanos
que de amor no se saciaban.
Así, pues
ambos se dijeron te amo
Y cerraron
un compromiso entre ambos.
Se creía.
Pero el amor
no puede convertir la identidad del ser
Ni a su
nombre se puede cambiar lo que uno es.
Él era el
diablo
Y ella tenía
a alguien más amando.
Llegó el día
que se dejó de escuchar su guitarra
Extrañado,
subió el diablo a la superficie para buscarla.
Mirando al
cielo, solo encontró en notas que ya no podían avistarse
Que era más
el arrepentimiento, que lo que ella sentía por él.
Al escuchar
aquello, la isla comenzó a inundarse
El
firmamento empezó a apartarse, quedando tan distante.
No tuvo otra
opción el diablo, más que a su infierno regresarse.
Volvió su
cuerpo a incendiarse
Tornó su
carne a intensas llamas
Y su corazón
lento comenzó a agrietarse.
Esta es la
historia de las deidades
De la unión
de dos divinidades.
De cómo lo
puro también se corrompe
Y hasta el
diablo puede lograr enamorarse.
Ella le toca
la guitarra a otro hombre
Mientras que
el diablo antes de dejarla ir
Le escribe
un último poema a su nombre
Nombrándola
entonces… “La sonata de Abigail”.
J.G.A
Domingo
21/10/2018
09:22PM
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