El puerto

El puerto

¿Será el mar los ojos del mundo?
¿Acaso el mundo era un vaso
En que un día rompió en llanto
Y sus cristales acompañados de sus lágrimas
Sumergieron la tierra y es entonces ahora mar?

Aquello se preguntaba un joven pescador
Quien observaba las formas del agua
Destellando con el impacto del sol.

Mayor amor no gozaba que el naufragar,
Que el flotar sobre los vidrios livianos
Sintiendo la tibieza del agua con sus manos
Y viendo el azul pintado en el cielo.
No tenía otro amor más que levitar
Y ser arrullado por los brazos de las olas
Su vida era solamente el mar, el sol, la playa
A lo que estaba acostumbrada su existencia.

En cierto viaje, recogiendo su alimento
Miró a lo lejos andando en la arena
Una figura vestida de blanco
Extrañado, remó hacia la orilla
Pretendiendo saber de aquella silueta.

Apenas tocando tierra reconoció
Aquella imagen. Una joven de cabello lacio
Cuya forma caía en cascada
Castaño era su tinte, su piel como arena dorada
Vestía ligera un conjunto de seda nívea
Y su mirada como trazando una ola
Siendo que en su iris se admiraba el mismo mar.

Solo la vida pudo otorgar
A aquel joven tan hermoso tesoro
Mujer tan preciada y encantada
Capaz de enriquecer cualquier pobre alma.



Se acercó aquella al muchacho
Con pasos tan tenues como mar en calma
Mientras que en él, a medida que se aproximaba
Entre su sangre y su aorta se vivía
Un colapso de olas contra el arrecife.

Saludo ella con voz deleitosa
Como quien acerca al oído una caracola
Escuchando el eco del oleaje
Besando tierno el litoral.

Comentó que estaba extraviada
Y que llegar al puerto “El destino” precisaba
Solicitando a aquel pescador su ayuda
Siendo que al llegar iba a ser recompensado.

Aquel viaje sería extenso
Pues dicho grao se encontraba
A grandes leguas de distancia
Pero al ver aquella dama entristecida
Surgió el deseo de asistirla.

Preparó su balsa para la travesía
Y se abasteció de suma comida
Y teniendo todo hecho zarparon
A aquel puerto llamado “El destino”.

Días y noches transcurrían
Y ellos compartían más que el alimento
Uno del otro compañía.
Él le contaba las historias que en el mar vivía
Y ella admiraba cada uno de sus relatos.

Coincidían en mucho, por ejemplo
Que en ambos el mar era su vida
Que no había mayor dicha
Que ser envueltos por la brisa.
De pronto él se olvidó del océano
Y ella del largo viaje.
Ya nada importaba sino el cortejo
Que entre ellos se brindaban.

Y en una de tantas madrugadas
Estando ambos recostados en la almadía
Observando el techo de aquel firmamento
Estampado repleto de astros.
En esa quietud  del agua y la noche
Comenzó hablar ella diciendo:
— ¿sabes qué otra cosa me gusta? La luna.
Y la miró aquél con intriga
     ¿Y sabes qué otra cosa a mí me gusta? preguntó el pescador.
     ¿Qué cosa?
     El mar.

Mostró rostro de extrañeza ella
Y le refutó: —eso ya me lo dijiste.
Sonriendo él le respondió: —No, me refiero
Al mar de tus ojos.
Volteó hacia él, y mirándose ambos
Desconocieron su alrededor
Siendo que los únicos luceros que admiraban
Eran los que mostraban sus miradas.

Así, de pronto colapsaban dos piélagos
Sus bocas impactaron unánimes
Sus mareas incrementaban al grado
Que comenzaron a reconocerse
De ambos sus layas.
De ella era una arena tan fina
Y de él un asperón tan cálido.

Buscaban entre sus tierras tesoros
Acababan sus riberas tenuemente
Al punto que sin más él indagó en una cueva
Y ella expiraba suavemente su eco
Y entre más averiguaba
Mayor era su resonancia.

Él comenzó ahondar más deprisa
Y ella ya rasgaba ferozmente de él su greda.
Excavaba, excavaba
Y ella expiraba, expiraba.
Aguas intranquilas
Balsa ajetreada.
Excavaba, excavaba
Expiraba, expiraba.
Estrellada, la noche
El mar, en sus ojos.
Excavaba, excavaba
Expiraba, expiraba.
Tormenta, truenos
Marea, violenta
Excavaba, excavó
Expiraba, expiró.

Volvió de pronto la tranquilidad
Y ellos descubiertos se abrazaban
Aun con los luceros en su mirada
En besos dormían, siendo velados
Por una luna majestuosa
Que del horizonte asomaba plateada.

Amanecieron pescador y dama
Con la luz del alba
Y acariciando él de ella su piel
Preguntó ella: —¿falta mucho?
Extrañado colocó sus prendas
Y observó a distancia percibiendo
A corto trecho su paradero.

Ella vistió de nueva cuenta sus sedas
Y a medida que se acercaban
Un marinero esperando en el puerto se apreciaba
Y ya a punto de alcanzar los maderos
Ella comentó: —perdón, en verdad perdón.

Arribando al desembarcadero
Apresurosa abandonó el navío
Terminando el viaje sellando con un beso
Los labios de aquel almirante.

Volvió aquella mujer con el joven
Y extendiéndole la mano comentó así: —tome, su paga.
Mantuvo él su mirada a la de ella
Y antes de quebrar en llanto, partió a su origen
Remando, tristemente remando.

En un punto de su regreso
Abandonó sus remos y sentado en su balsa
Comenzó a mirar las estrellas
Cerró sus ojos y de pronto cierta gota resbaló.

¿Acaso el mundo era un vaso
Que un día rompió en llanto y sus cristales
acompañadas  de sus lágrimas
Sumergieron la tierra y es entonces ahora mar?

Quebró en musites
Y a medida que lloraba recordaba,
Pues no había ya otro mundo
Sino la otra playa que reconoció.

En eso un lágrima pasó por su labio
Degustándola le supo a sal, le supo a mar.
¿Será el mar los ojos del mundo?
Después  ya no navegó más
Pues en sus mejillas quedó la piel de ella
Y el mar…el mar era ella.

El amor suele ser como un viaje
Pues a veces uno es el origen del cariño
Tratando con tiempo y compañía el camino
Mas al final de todo, no logra ser uno el destino.

J.G.A
Sábado
08/02/2020

11:17P.M.

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